Romeo y Julieta hoy serían un par de emos incomprendidos.
Para alejar a Julieta del maniaco depresivo que le deja flores muertas en la puerta de su casa y le escribe cartas llenas de palabras sin vocales, la llevarían al psiquiatra para medicarla con antidepresivos.
A partir del Prozac la vida de Julieta se llenaría de pop meloso y colores pastel. Incluso un día se encontraría a Romeo afuera de la escuela y pasaría de largo (no sin antes comentar con sus nuevas amigas la pena ajena que le dá el rechazado social ese).
Seguiría peleando eternamente con sus padres (pese a los avances de la ciencia, aún no existirá una droga poderosa para lidiar con la adolescencia), tendría novios intermitentes, y años de vida vividos y por vivir.
Hubiera sido una pena que Julieta muriera por ese amor.
Julieta sería abogada, sería psicóloga, sería sexo servidora, sería enfermera, sería ama de casa, sería esposa, sería antropóloga, sería reina de belleza, sería embustera, sería actriz, sería guerrillera, sería obsesiva, sería feliz, sería aprensiva, sería mentirosa, sería fiel, sería todo aquello menos lo que en un principio fue.
La capacidad de transformarnos y reinventarnos es la mayor virtud de las Julietas postmodernas.